Bienaventurado el campesino del bohío de guano al que le resulta imprescindible cambiar la cobija; también el de la casa de tablas de palma y tejas criollas o francesas.

Dichoso el que integrado a una Cooperativa abandonó un día el aislamiento para vivir en una comunidad de calles asfaltadas y confortables viviendas de muros de bloques o paneles prefabricados.

Resultan entrañables porque monte adentro o en sociedad, conservan, invariablemente y al frente de la casa, un jardín de gladiolos, alelíes, galán de noche, lirios, azucenas.

También porque el sol no los sorprende jamás en la cama y si no por su patio de gallinas saludables y nidos de huevos siempre tibios.

Feliz el campesino de taburete reclinado sobre el fresco del atardecer; el de la camisa blanca o a cuadros; el de las espuelas en las tardes de domingo de Guateque o Rodeo.

El universitario, El cuentero, El del punto cubano

Admirable el joven campesino que decidió licenciarse, por ejemplo, en Economía de la Producción Agropecuaria para regresar graduado  al terruño.

El mismo que se enorgullece, a la par, de su labor al frente de la Cooperativa y su cosecha de viandas y vegetales. Imprescindible el que siempre tiene a mano un cuento de aparecidos en las guardarrayas, de perros fieles que mueren junto a su amo, de exagerados comilones o bebedores.

Esos que a la luz de la lámpara o bajo el poste del tendido eléctrico hacen inolvidables las noches del batey. Inolvidables, los eternos hombres y mujeres de monte adentro, como: Jacobo y Cira; Antonio y Carmita; Genaro y Antolina.

Precisos los acordes del laúd que acompañan estos versos: Muchacha que linda eres/ NO me canso de mirarte/ pero NO me atrevo a hablarte/ porque NO se si me quieres.

Etiquetas: - -