Por: Pedro Pablo Rodríguez

La Habana, Cuba. – La intensa vida social de Martí en los más diversos círculos fue factor favorecedor de sus dotes para hacer y mantener amistades, a pesar de la diversidad de asuntos que le ocuparon a lo largo de su existencia.

La amistad fue para él asunto de mayor atención y disfrute mediante gestos de bondad y de preocupación por quienes le rodeaban. Lo mejor del mundo, ¿no es un buen amigo?. Así escribió a Ramón Luis Miranda al que considera “amigo y señor”. A Clemencia Gómez, la hija del Generalísimo, le plasmó en su álbum personal esta idea: La amistad no es más que amor.

De joven, en México, le señaló al escritor Gerardo Silva los límites de esa relación: Es noble defender la amistad, sin olvidar por ello la historia y la justicia.

Y en uno de sus cuadernos de apuntes expresó su preocupación por el pensamiento propio: La amistad no excluye nunca la libertad de criterio.

Los grandes amigos de Martí

Hubo amistades de toda la vida martiana como los hermanos Fermín y Eusebio Valdés-Domínguez, que lo fueron desde sus años en la escuela de Mendive.

A otros los trató durante poco tiempo, como los escritores venezolanos Eloy Escobar, Diego Jugo Ramírez y Heraclio Martín de la Guardia.

Entre los tantos amigos mexicanos se destaca la hondura y sistematicidad epistolar de su trato con Manuel Mercado: 141 documentos, cartas en su mayoría, evidencian la intimidad y confianza de aquel trato epistolar hasta el día antes de su muerte. Junto a Mercado, el uruguayo Enrique Estrázulas fue privilegiado con la dedicatoria martiana de su poemario Versos sencillos.

Se conservan 12 cartas de Martí que muestran la mutua confianza, el refinamiento espiritual compartido, el intercambio en asuntos de artes y letras, y hasta las confesiones de Estrázulas acerca de asuntos amorosos.

La necesidad de la amistad

Por sus propias palabras puede comprenderse cómo el Maestro requería de los amigos. Enrique Collazo lo advirtió: Era un hombre de gran corazón que necesitaba un rincón donde querer y ser querido. ¿Se trataba de una carencia afectiva?

Lo cierto es que no entregaba su amistad sin razones y establecía una gradación entre los que consideraba amigos: Uno tiene sus amigos queridos, decía, cuyo afecto es más grato y necesario que el de otros.

Entre esos se hallaban sus más estrechos colaboradores en el Partido Revolucionario Cubano como Gonzalo de Quesada, Serafín Bello, Sotero Figueroa, Juan Bonilla y Juan Fraga. Con Máximo Gómez se identificó para la guerra, y tras Dos Ríos, el Generalísimo lo consideró el mejor de los amigos.

Sufrió tantas penas que afirmó: Para todas las penas, la amistad es remedio seguro; por eso cultivó la rosa blanca para el amigo sincero.

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