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Rogelio García Alonso no era el más destacado en las escuelas primaria y secundaria del poblado de Ovas, en Pinar del Río. Pero 20 años más tarde se convirtió en Hijo Ilustre del lugar y de la provincia.

Y se hizo pítcher ganador con una magia especial: ponchar, ponchar y ponchar más que nadie, hasta sumar 2 mil 509. Con su impresionante bola rápida se ganó temprano el calificativo que lo inmortalizaría: Ciclón de Ovas, sacado de la imaginación chispeante del narrador Bobby Salamanca.

Comenzaría un ciclo de ensueño con una seguidilla de cuatro lideratos en ponches de forma consecutiva en Series Nacionales, aunque otras tres veces más comandó ese departamento.

Su predilección por el arte de abanicar los bates de aluminio era impresionante, aterradora para quienes se paraban en home y casi venían a adivinar cómo conectarle a lanzamientos de 95 millas.

De los más grandes lanzadores.

De ser el joven pelotero aprendiz y talentoso, Rogelio García se convirtió en solo cuatro años en líder de un grupo ilustre de serpentineros en que figuraban, entre otros, Juan Carlos Oliva, Julio Romero, Félix Pino, Jesús Guerra y Reinaldo Costa.

Era el lanzador al seguro para los partidos definitorios, de ahí sus seis títulos con Vegueros en las Series Nacionales y el quinteto de preseas doradas con Pinar del Río en las Selectivas.

Sin embargo, dos hechos vinculados a pleitos de vida o muerte lo marcarían negativamente.

Par de jonrones en el Latinoamericano de Pedro José Rodríguez y Agustín Marquetti. El dolor de Rogelio sigue siendo el título olímpico que no pudo archivar por haberse ido temprano a casa.

Todavía soplan sus ciclones de ponches y las comparaciones con Vinent, o Pedro Luis Lazo no tienen sentido afirmativo.

Rogelio es de los grandes. Y se acabó.

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