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La Habana, Cuba. – Hechos, un conjunto de hechos llevaron a Céspedes escoger el hacer y el dar como pilares de su grandeza.

Martí lo llamó Hombre de mármol y brilló tan alto su patriotismo, dignidad y abnegación que devino Padre de la Patria.

Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo fue vivo exponente de su generación, irguiéndose por encima de las vacilaciones de los demás. La vida del abogado bayamés, iniciador de la gesta libertaria de 1868, enorgullece y conmueve por su amor sublime y su consagración a la patria que ansiaba libre.

Admirable su obra heroica, su grandeza y su ímpetu revolucionario, lejos de familia y seres queridos, y su renuncia a las riquezas de su cuna para echar al vuelo las campanas de La Demajagua y fundar una nación.

Presidente de la República en Armas

La audaz decisión de Carlos Manuel de Céspedes de iniciar la guerra el 10 de Octubre y no en la fecha prevista, fue considerado precipitada por algunos conspiradores, si bien demostró su acierto.

La Asamblea Constituyente de Guáimaro lo eligió Presidente de la Republica en Armas, reconociéndole el mérito de haber iniciado la lucha armada.

Luego, en un momento de confusiones, contradicciones, vacilaciones y pasiones personales, lo destituyeron del cargo, tratando de eclipsar su grandeza.

Depuesto como Presidente de la Republica en Armas, ni siquiera alzó su voz para protestar por una falacia preparada por la animadversión de sus opositores y pasó sus últimos días en el caserío de San Lorenzo, a donde fue confinando. ¿Qué debía hacer yo? Por mí no se derramará sangre en Cuba, dijo convencido.

La cuenta de las grandezas

Se dice que jamás la gloria de un libertador ha podido ir divorciada de los más nobles objetivos de su hora. Céspedes lo demostró con su humildad.

En aquel intrincado caserío de la Sierra Maestra a donde fue confinado, El Presidente Viejo, como lo llamaban, pasaba el ocaso de sus días alfabetizando a los niños y en amoríos con una muchacha de esos lares.

El 27 de febrero de 1874, avisado de la presencia española, buscaba un farallón donde protegerse cuando fue abatido en desigual combate. Cayó sin hacer renuncia de sus principios. Como bien dijo Martí: “Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta de los yerros, que nunca será tanto como la de las grandezas”.

A 149 años de su muerte, su luz y gloria estremece todavía la dimensión de su grandeza.