La vida del fraile y teólogo brasileño Frei Betto está marcada por hitos de todos los colores y formas desde el día en que nació, hace 74 años, en la ciudad brasileña de Belo Horizonte. Militó en la Juventud Estudiante Católica, trabajó como periodista, se unió a la orden de los dominicos, fue encarcelado y torturado por oponerse a la dictadura militar, estudió teología, filosofía y antropología, y fue asesor de varios gobiernos progresistas de América Latina, incluido el primer mandato del ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva.
En el medio, escribió más de 50 libros de diferentes géneros literarios –desde novelas hasta ensayos– y se convirtió en uno de los principales referentes brasileños de la teología de la liberación, una corriente del pensamiento cristiano que consiste en “ver el mundo desde los ojos y el sufrimiento de los pobres”, como el propio fraile lo ha definido más de una vez.
De visita en Uruguay, Frei Betto conversó con La Diaria sobre las razones de la llegada al poder del ultraderechista Jair Bolsonaro, que el 1º de enero asumirá como presidente de Brasil. Al mismo tiempo, habló sobre la “autocrítica” que tiene que hacer el Partido de los Trabajadores (PT) para reconstruirse en este contexto y cómo impacta en la política la influencia de las iglesias evangélicas. Acerca de la teología de la liberación, fue bastante claro: sigue viva en espíritu pero, en la práctica, perdió terreno.
¿Qué lectura hace del triunfo de Jair Bolsonaro, a un mes de que se celebraron las elecciones presidenciales en Brasil?
El triunfo de Bolsonaro se ha dado por cuatro factores. El primero es el antipetismo, que ha sido muy fuerte en Brasil por la manera en la que se intentó explotar los casos de corrupción que efectivamente hubo en el partido. Son casos excepcionales pero graves, y el partido nunca hizo una autocrítica pública, entonces la oposición supo explotar esto y creó una ola antipetista. No es que la gente prefiera a Bolsonaro, la gente prefiere a cualquiera que no sea del PT. Esto tuvo lugar dentro de una conspiración para encarcelar a Lula; este es un segundo factor. No hay pruebas contra Lula, hay pruebas contra otros líderes del PT, que fueron sancionados y algunos dimitieron, como Antonio Palocci, que fue ministro de los gobiernos de Lula y de Dilma Rousseff. Pero contra Lula no. Entonces, como Lula tenía mucho prestigio y estaba garantizado que ganaría en estas elecciones, se trató de ponerlo en la cárcel, y ahora el juez que lo hizo [Sérgio Moro] ha sido recompensado por Bolsonaro y nombrado ministro de Justicia. Esta es la prueba de que se trató de una conspiración. Otro factor es la influencia de las iglesias evangélicas, las únicas que hacen un trabajo de base con el pueblo. En los 13 años de gobierno del PT no hemos hecho este trabajo, no hemos tratado de hacer la alfabetización política de la gente sencilla, mientras que las iglesias evangélicas sí lo hicieron. El papel de esas iglesias neopentecostales es garantizar que los pobres soporten la pobreza. Entonces son como un rebaño de corderitos, de ovejitas que aceptan la palabra del pastor como si fuera la palabra de Dios. Es una forma terrible de opresión, de servidumbre voluntaria, pero que tiene mucha fuerza en Brasil, incluso fuerza política. Las iglesias evangélicas tuvieron su peso en la elección de Bolsonaro y tienen una bancada parlamentaria muy fuerte. El cuarto factor es la manipulación de las redes digitales, que ahora plantean un problema grave para la democracia. ¿Qué significa “democracia” si las manipulaciones que hace un hombre como [Steve] Bannon desde Estados Unidos ya han influido en las elecciones de 50 países del mundo? Incluso en la elección de Donald Trump, en el brexit en Reino Unido y ahora en la victoria de Bolsonaro en Brasil. También hay que tener en cuenta que Bolsonaro tuvo 47 millones de votos y hay 30 millones de brasileños que no votaron, entre abstenciones, votos en blanco y nulidad. Pero por la ley y la democracia de Brasil ahora Bolsonaro es el futuro presidente y forma un gobierno de carácter fascista, de militares, y que tiene un discurso antidemocrático. De la elección de Bolsonaro también es responsable la cobardía del sistema judicial brasileño, porque tendría que haberlo sancionado por las cosas absurdas que ha dicho durante la campaña, como defender la tortura u ofender a los homosexuales y a las mujeres. Pero todo se soportó en la Justicia, sin ninguna sanción. Eso facilitó su proyección.
¿A qué atribuye el crecimiento de las religiones evangélicas en Brasil, tanto en cantidad de fieles como en los espacios de poder político?
Lo atribuyo a varios factores. Primero, los dos pontificados conservadores de la iglesia católica, el de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI, no valorizaron nuestro trabajo en las bases populares con las comunidades eclesiales de base. Al contrario, hubo mucha sospecha, mucha oposición y un cambio de obispos y curas que apoyaban este trabajo, entonces muchos fieles de las comunidades eclesiales de base emigraron a las iglesias evangélicas. Además, no se sentían bien en las misas católicas, que generalmente son muy buenas para las capas medias y altas. Pero tú, fiel, dueña de una empresa, vas a la misa y difícilmente vas a encontrar a un empleado tuyo ahí, o al portero de tu edificio, o al chofer de tu auto. Esa gente va a la iglesia evangélica. La iglesia católica no ha sabido dar apoyo ni valorar. También el clericalismo que hay en la iglesia católica –todo está centrado en la figura del cura– ha dificultado mucho nuestro trabajo. Los curas no viven en las favelas, pero los pastores sí, entonces ese acercamiento conquista a la gente. Otro factor tiene que ver con una mística interna de que “un hermano vota a un hermano”. Es decir, un evangélico, cuando va a votar, tiene que votar a otro evangélico. Por eso Bolsonaro, que es de tradición católica, se hizo bautizar en la Asamblea de Dios, que es una confesión protestante de carácter pentecostal. Con mucha inteligencia, fue a tratar de convertirse en evangélico para merecer también ese voto.
Durante la campaña electoral, Bolsonaro presentó una agenda que –entre otras cuestiones– amenaza con criminalizar los movimientos sociales. En este contexto, ¿qué perspectiva de acción y movilización tienen?
Los movimientos sociales van a seguir con sus luchas. Seguramente va a haber más represión, prisión de sus líderes y mucha agitación en Brasil, porque Bolsonaro va a querer traspasar los límites constitucionales. La Constitución garantiza, por ejemplo, el derecho a la protesta o a la organización popular, pero para él todo eso va a estar encuadrado en la ley antiterrorismo de Brasil, que lamentablemente es una ley de un gobierno del PT, el de Dilma. Los movimientos sociales van a ser caracterizados como movimientos terroristas, al menos él en su discurso lo planteó así. Hay que esperar para ver si eso ocurre. De acá a un mes vamos a poder evaluar por dónde va este gobierno.
¿En qué posición queda ahora la izquierda en Brasil y, particularmente, desde qué lugar empieza a reconstruirse el PT?
El PT tiene que pasar por una autocrítica. Tiene que poder decir “nosotros hemos avanzado en muchas cosas, los logros son más importantes que los fracasos, pero nos hemos equivocado en este, este y este punto”. También tiene que sancionar a sus militantes que efectivamente metieron la pata en la corrupción. Si no pasa eso, nadie va a creer en esta autocrítica. La izquierda tiene que buscar algo como lo que han logrado en Uruguay con el Frente Amplio. Tenemos que encontrar una manera de unirnos contra esta ofensiva fascista que va a venir. Para eso hay que trabajar mucho, porque no podemos pensar en los desacuerdos que tenemos con el otro.
¿Cómo se ve actualmente en Brasil la figura de Lula?
Es muy respetada. La gente tiene memoria de que los dos mandatos de Lula fueron muy buenos; tanto es así, que salió del gobierno con 87% de aprobación. La gente hace una distinción entre Lula y el PT. El PT ya está viejo, metió la pata –o las manos– y tiene sus problemas, pero Lula es otra cosa. La gente sabe distinguirlo, y eso hace que él sea muy querido todavía por el pueblo.
¿Cree que su liderazgo va a sobrevivir al gobierno de Bolsonaro?
Creo que sí, porque mi expectativa es que el gobierno de Bolsonaro va a ser un desastre y mucha gente que lo votó va a estar arrepentida. Eso va a reforzar el liderazgo de Lula.
¿Ha hablado con él después de las elecciones?
No, después no. Fui a visitarlo a la cárcel antes de las elecciones y ahora voy a ir antes de Navidad. Tengo noticias, por la familia y por amigos que lo visitan, y sé que está muy bien, de buen ánimo. Indignado, porque está encarcelado, porque no pudo participar en las elecciones, por todas las injusticias y las acusaciones falsas que le hacen, pero está firme desde el punto de vista mental y espiritual.
¿Qué lugar tiene la teología de la liberación en el Brasil actual?
La teología de la liberación sigue viva ahora en Brasil, después de un largo período de pontificados conservadores que no han valorado esta línea pastoral. Ahora sí se valora, sobre todo porque el papa Francisco está muy identificado con las tesis de la teología de la liberación. Hay un nuevo aliento, la teología de la liberación vuelve a ser muy importante para la fe cristiana, para los movimientos de iglesias, para entender la relación entre la Biblia y la realidad que vivimos, entonces estamos en un nuevo momento de ofensiva en ese sentido. Pero hemos perdido mucho espacio.
¿Ese espacio se perdió en detrimento de las religiones evangélicas?
Exactamente. Perdimos espacio en la base, pero no desde el punto de vista teórico, porque seguimos avanzando y tratando nuevos temas, como la ecología, la innovación tecnológica, la astrofísica, una teología feminista muy avanzada, también una teología indígena.
En la coyuntura política actual, de avance de las derechas en la región, ¿cuál es la autocrítica que deben hacer las izquierdas latinoamericanas?
Debemos hacer una autocrítica en el sentido de por qué la gente más pobre ya no nos apoya tanto. ¿En dónde nos hemos equivocado? ¿Será que nos faltó hacer alfabetización política? ¿Será que dejamos que la economía dependiera demasiado de las importaciones de commodities? ¿No creamos suficiente mercado interno? ¿Será que hemos trabajado demasiado en la dimensión cultural y artística? Todas esas son cuestiones que tenemos que valorar ahora.
La semana pasada, en el Foro Mundial del Pensamiento Crítico celebrado en Buenos Aires, el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, dijo que habrá una “noche oscura” en la región, pero que no será larga porque “el neoliberalismo está agonizando”.
Yo no comparto tanto este optimismo de Linera. Creo que el capitalismo tiene mucha capacidad de sobrevivir de distintas maneras. Yo soy de una generación que ha creído que asistía al velorio del capitalismo unas diez veces, y no pasó. Al contrario, sigue cada vez más hegemónico, sobre todo después de la caída del muro de Berlín. Entonces yo creo que tenemos que repensar nuestra manera de enfrentar este sistema, y hay que enfrentarlo por la organización de base. Tenemos que crear un nuevo modelo de sociedad dentro del propio capitalismo basado en la economía solidaria, las luchas de protección ambiental, el buen vivir de los indígenas. Es decir, hacer espacios democráticos populares socialistas desde la base que vayan minando cada vez más esta pirámide capitalista que tiene una desigualdad brutal.