La Habana, Cuba. – Oscar no es mi único hijo, lo son todos los cubanos que mueren por nuestras libertades patrias, aseveró Carlos Manuel de Céspedes al recibir la misiva del capitán general de Cuba, en la cual le proponía salvar la vida de su hijo Amado Oscar, hecho prisionero y condenado a fusilamiento, si Céspedes no deponía las armas.

El colmo del cinismo y de la bajeza humanas de las autoridades españolas, rebasaba todo límite: porque el hijo de Céspedes había sido ya fusilado días antes.

Pocos hechos en la historia universal revelan el amor supremo a la libertad y a la dignidad de su pueblo, como la demostrada por el Padre de la Patria con aquella hombradía.

Ese era el temple y la fortaleza moral de Carlos Manuel de Céspedes, de quien Martí expresaría: era el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra.

En Céspedes el decoro de un pueblo

En Carlos Manuel de Céspedes coincide una tríada que lo inmortaliza: fue el primero en iniciar la lucha insurreccional en Cuba en el siglo XIX, el primero en sostener un combate mambí, y el primer presidente de la República en Armas.

El Padre de la Patria sigue irradiando luz y representa el ejemplo supremo de la paternidad.

Hoy, ante la difícil situación que atraviesa la Humanidad, muchos de los hijos de la Patria por la que Céspedes entregó su vida marchan a contribuir con el bien y a dar salud a los pueblos necesitados.

Él representa la vergüenza de los cubanos, y como afirmara Fidel: No hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo –heterogéneo todavía– que comenzaba a nacer en la historia.