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La Habana, Cuba. – Pocas veces unos Juegos Centroamericanos y del Caribe han motivado tantas preguntas y reflexiones entre seguidores, principiantes del deporte.

La edición XXIV que concluyó hace una semana en El Salvador nos dejó números y récords, horas de transmisiones televisivas y radiales, nombres conocidos y otros atrevidos para ese concierto de músculos.

Sin embargo, lo que más estremeció de la actuación cubana fue la heroicidad de practicar deporte con las limitaciones más fuertes de alimentos, transporte, implementos y fogueo internacional que recordemos en Revolución.

Por eso, con el perdón de los 74 oros, las 196 medallas en total y el tercer lugar por naciones, lo más meritorio y aplaudible hasta el delirio es ese empuje competitivo, que no significa análisis con quienes pudieron aportar más.

La huella de un país

Quizás porque las grandes crisis siempre inspiran el crecimiento de hombres y mujeres. Quizás porque dejamos a un lado el triunfalismo para ser más realistas con el entorno regional.

Quizás porque aprendimos, por fin, el valor de un bronce como el del tiro con arco, de una plata en la gimnasia de trampolín o del oro en la vela por encima de una base de datos de pronósticos.

Quizás porque todavía muchos admiran nuestra solidaridad y entereza cuando de amistad verdadera se trata, hoy podemos regresar de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador con el reconocimiento también al que quedó último en una prueba y tal vez nadie reparó con una palmada en su hombro. Ese también es Cuba. Y nos da fuerza para vivir.

El próximo encuentro es en Chile, en octubre, durante los Juegos Panamericanos. América nos hará sentir más orgullosos.