Desde que tras los sucesos del Moncada hizo el alegato conocido como La Historia me absolverá, Fidel dejó una marca personal en la oratoria. Después, con la Revolución triunfante, se convirtió en un comunicador por excelencia, con discursos maratónicos casi siempre improvisados que llegaron a sobrepasar las siete horas.
No dejó una gran obra escrita, pero esas alocuciones, en las que abordó desde lo humano hasta lo divino, permiten ahora reconstruir los últimos 50 años de historia patria. Dotado de una memoria privilegiada, fue capaz de saltar de un tema a otro para regresar siempre a la idea central y avanzar en círculos en sus kilométricas intervenciones públicas.
Parado frente a un micrófono, parecía olvidar el tiempo y el cansancio para transformarse en un torrente verbal que no dejaba a nadie impasible. Era entonces Fidel, el orador.