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La Habana, Cuba.- ¿Qué acciones evocar para exaltar mejor la memoria del hombre que ahora parece que nos falta? ¿Qué epíteto seleccionar entre los que vienen a sugerir los hombres y mujeres que desfilan ante su imagen fotográfica, porque su presencia física transformada en cenizas ya es sólo una memoria?

Las lágrimas que la pena no puede reprimir cuando las flores de la ceremonia confirman que la ausencia es real y ya nunca ocupará de nuevo su sitio en la tribuna, ¿acaso podían contenerse?

La hilera doliente que aguardaba más allá de la hora convenida, demuestra que ese hombre nos es tan necesario que todos conservábamos la esperanza de rescatarlo de la muerte con nuestra presencia.

Símbolo de lealtad y compromiso, en las plazas y sitios reservados a la angustia, una expresión se mudaba de boca en boca: ¡Gracias, Fidel! ¡Gracias por tu fructífera vida, por tu obra!

El padre imprescindible

¿Quiénes, sino nosotros mismos, hemos sido el objeto de su obra? Él ha permanecido tan adosado a nuestras vidas durante décadas de cambiante odisea, que su acción lo ha hecho imprescindible en nuestras existencias.

Él nos forjó como sociedad, como país, como nación. Nos modeló de acuerdo con su sueño, según su idea de dignidad y de justicia.

Luchar por la equidad fue cambiándolo a él, y supo que debía transformar a su gente para hacernos mejores y más libres.

Comprendió como nadie la relación entre soberanía nacional e independencia individual, entre la redención personal y la emancipación ajena.

Su paternidad ha sido tan palpable,  que ahora parece que nos falta una parte de nosotros mismos.

Ese es el sentimiento dominante entre los millones de cubanos que vienen a firmar, como un juramento, la confirmación de nuestra lealtad a su enseñanza y a su Revolución.

 

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