Tokio, Japón. – Un Japón laborioso y tradicional, que no olvida sus orígenes y tampoco descuida el futuro se vio en la esperada ceremonia de inauguración de estas Olimpiadas, que asumen la tristeza de estos tiempos y sin renunciar a la esperanza de algo mejor.

En el imponente Estadio olímpico de Tokio se vio un monte Fuji como custodio inamovible de todo cuanto sucede y a sus pies unos enormes aros olímpicos que, como nunca antes, simbolizaron la unión perfecta de los continentes y su gente.

Impactante fue el minuto de silencio por las víctimas de la pandemia, esa fue una noche colmada del deseo de que pronto el mundo esté libre de la pandemia y no queden estadios vacíos, una noche colmada de las ansias de que jamás un deportista del mundo tenga que disfrutar sus éxitos en solitario y, sobre todo, el anhelo de que sean estos días un punto de partida para el renacer que tanto necesitamos.