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La Habana, Cuba. Mi buena y sabia amiga la doctora Graziella Pogolotti, título que lleva siempre como justo blasón de la nobleza del pueblo, me citó como “los clásicos” ?y de paso enriqueció mi idea original? en su popular columna que replica semanalmente la prensa nacional: “En estos días de coronavirus, un amigo, el poeta Norberto Codina, observaba con sagacidad que no debía hablarse de aislamiento social, sino de aislamiento físico. En efecto, la dimensión espiritual que habita en nosotros es un reservorio vital, fuente de vida similar a lo que tradicionalmente se denominaba alma.

Aislamiento o distanciamiento social es un término errado que estamos reproduciendo. Lo que se trata es de fomentar el aislamiento o distanciamiento físico, pues el vínculo social nos es más necesario que nunca, aunque sea a través de llamadas telefónicas con fijos o celulares ?que sustituyen las añoradas visitas?; el intercambio por correo electrónico, whatsapp, facebook, etc.

Cuando en las esporádicas salidas para gestiones puntuales saludamos ?nasobuco y calle mediante?, a vecinos o conocidos; o cuando en determinadas noches salimos a los balcones, patios y portales de nuestras casas a batir palmas con el resto del barrio, para sentirnos enlazados en la resonancia de esos aplausos. Para no hablar que oír música, ver tv o series, estar al tanto de las noticias más que nunca, o el sencillo acto de la lectura, es una forma ejemplar de interactuar socialmente.

El drama devastador de las epidemias me acompaña desde la más temprana infancia, pues siempre estuvo presente en las conversaciones de mi madre quien, huérfana con apenas dos años, no pudo conocer a mi abuela que moriría muy joven en su natal Manzanillo.

De ella conservo levemente el legado de su existencia, y no me quedaría más que una sombra de su belleza, de la que dan fe un par de fotos y el testimonio de sus amigas las maestras Núñez Béjar.

Mi abuela falleció en 1918, producto de la llamada “influenza del dengue” —como se le mencionaba en mi familia—, o la mal llamada “gripe española”, pandemia que en poco más de una año cobró entre cuarenta y cincuenta millones de vidas en el mundo —incluyendo la del coronel José María Lezama Rodda, narrada dramáticamente por su hijo en Paradiso, saldo similar al de  la Gran Guerra.

Entre los muertos célebres que acarreó esta pandemia, bastaría con nombrar a figuras excepcionales como el pintor austríaco Gustav Klimt o el poeta francés Guillermo Apollinaire, creadores cuya presencia crece con el tiempo.

Tomado de la Jiribilla