La vindicación del hombre hispanoamericano -y con él, el de Cuba- fue, en efecto, uno de los más arduos afanes de José Martí en su empeño emancipador.

Una onerosa tradición, que tildaba de inmaduros e incapaces a los pueblos de la América hispana, pintaba como imposibles los conceptos de emancipación y democracia al sur del río Bravo, en oposición a la capacidad de los Estados Unidos en ese propio sentido.

El perjurio de las razas y el de la edad histórica de los pueblos, eran obstáculos de muy difícil vencimiento para quien se diera –como Martí- a la tarea de la libertad. Su ojo avizor, sin embargo, no podía pasar por alto esas circunstancias.

Con paciencia envidiable, con una inflamada sagacidad cuando fue preciso, se dio el Apóstol a puntualizar lo esencial de eso que hoy llamamos el hombre de la América Latina.

La libertad y la franqueza

El hecho es que la propaganda sobre la incapacidad del hispanoamericano para valerse por sí mismo, había calado en no pocos en nuestras propias tierras. De tal modo, el esfuerzo de José Martí en busca del autorreconocimiento de los pueblos americanos debió ser inteligente y prolongado.

Pero el Apóstol no improvisaba. Su aguda visión del momento histórico lo ayudaría a concebir una serie de trabajos que no es posible atribuir a imprevistas salidas ante provocaciones de sus adversarios.

Tanto en su famosa Vindicación de Cuba, como en los Apuntes sobre los Estados Unidos, que anunciaba el periódico Patria en marzo de 1894, están sus argumentos a favor de la entereza del hispano.

El propio Manifiesto de Montecristi alude a este problema que hasta el día de hoy se sigue manipulando.

(Por Rogelio Riverón)