La Habana, Cuba. – Un preludio es un anticipo. Quiere decir que sobrevendrán otros eventos a partir de ese. Esa premisa fundamental, la entendió la dirigencia de la Revolución cubana desde el primer momento.

El 15 de abril de 1961 por la mañana, se produjo el ataque sorpresivo bajo falsa bandera, a tres aeropuertos cubanos por parte de Estados Unidos. Su principal objetivo: destruir en tierra la exigua fuerza aérea revolucionaria para mermar o anular su participación contra la invasión militar estadounidense, que ya estaba en marcha.

La señal era clara, y llevaba el sello cobarde del imperialismo. La primera acción directa de la Operación Pluto, desenmascaró ante el mundo las intenciones del atacante.

El pueblo cubano, sin embargo, estaba listo para repeler la agresión y mostrar su coraje convertido en fuego y metralla ante el enemigo.

Con su propia sangre

Ocho aviones B-26 estadounidenses, con las insignias de nuestra fuerza aérea, atacaron los aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y de Santiago de Cuba la mañana del 15 de abril del 61.

Pretendían hacer creer que la incipiente fuerza aérea revolucionaria se había rebelado. Los antiaéreos cubanos lograron derribar uno de los aviones agresores. Las bajas por la parte cubana contabilizaron 53 heridos y 7 muertos.

En el aeropuerto de Santiago de Cuba, un busto de Antonio Maceo recibió un impacto de bala. A las 26 heridas por arma de fuego y una de sable, se agregaba otra infligida por Estados Unidos. Pero el Titán de Bronce se mantuvo firme.

También entre las víctimas del ataque estuvo el joven Eduardo García Delgado. Como testamento de esperanza escribió antes de morir con su propia sangre el nombre de Fidel.