La Habana, Cuba. – La personalidad genésica y fecunda de Alicia Alonso, llena con creces el accionar danzario de Cuba durante la segunda mitad de la pasada centuria. No es la única que baila, pero sí la más descollante.

Alicia reconstruye el espíritu de la danza, es fundacional, traduce con su cuerpo el movimiento, la gestualidad de las cubanas para instalarla en lo universal.

Otro tanto puede decirse de Dulce María Loynaz en las letras. Apenas sin hacerse notar, nacida en una familia de insignes patriotas cubanos, ella levanta su edificio literario con majestuosidad y una consistencia a toda prueba.

A Dulce María Loynaz la acompañan para suerte de Cuba, Dora Alonso que nos legó una obra narrativa de profunda raíz nacional, junto a realizaciones magistrales en la literatura infantil. Tampoco pudiera obviarse a Carilda Oliver Labra, a Mirta Aguirre y a Rafaela Chacón Nardi.

Una visión que se completa

Las Artes Plásticas en Cuba cuentan también, con el concurso inapreciable de las mujeres. Ellas aportaron su particular punto de vista; con su sensibilidad y talento enriquecieron nuestro saber.

Amelia Peláez puso los colores del trópico en sus lienzos y cerámicas. La luminosidad de sus vitrales cobró vida en frutas, vegetación y otras formas incitando la insularidad. También Flora Fong acercó cubanía a las artes plásticas, así como Zaida del Río.

Otra mujer imprescindible que modeló el espacio de nuestra identidad fue Rita Longa, gestante incansable y pródiga. En los escenarios aparecen Raquel Revuelta, Rosita Fornés, Rita Montaner, Omara Portuondo, y otras muchas, todas alcanzando su vida a la vida de todos.

Porque sin la mirada de la mujer, la visión de Cuba como país estaría incompleta; sería una semivisión, una visión a medias.

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