La Habana, Cuba. – «Llenará con páginas brillantes el libro de su vida», escribió un padre jesuíta sobre aquel alumno suyo. Era Fidel Castro Ruz y había nacido en Birán, Mayarí. Desde joven descolló por su personalidad, su inteligencia, su oratoria vehemente. Irradiaba liderazgo.

Y con fuerza telúrica entró a la historia de Cuba para sacudirle los lastres de desesperanzas y postración que hundían a la mayoría del pueblo.

Halló en las enseñanzas de José Martí, el apóstol de nuestra independencia, la inspiración para llevar adelante su obra inconclusa, confiado en la fuerza de la unidad como clave de la Revolución que echó a andar con el asalto al cuartel Moncada. La Revolución del Granma y la Sierra Maestra.

La Revolución triunfante en el 59; la de la campaña de alfabetización y la vencedora en Girón; la de la solidaridad probada; la que sabe cuán difícil ha sido el camino, pero sigue su marcha indetenible.

Un monumento vivo

Hace 95 años nació Fidel, el Comandante, el líder de la Revolución Cubana. Ni monumentos ni calles con su nombre lo recuerdan hoy. Nunca quiso ni gloria ni honores.

Consagró su vida a luchar por ideas justas y estuvo entre quienes «no desisten jamás ante las dificultades, los que creen en las capacidades humanas de sembrar y cultivar valores; los que creen en la hermosa convicción de que un mundo mejor es posible«.

La extraordinaria habilidad política de Fidel hizo de él uno de los estadistas más influyentes de la historia contemporánea.

Condujo a su pueblo en el complejo bregar de la construcción del socialismo, sorteando las inútiles pero durísimas pruebas impuestas por Estados Unidos para impedir el florecimiento de Cuba y hacer sucumbir su Revolución. Y nos dejó el caudal imponente de su pensamiento, al que debemos eterna fidelidad.

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