La Habana, Cuba. – José Martí recibió con nervioso entusiasmo la noticia del levantamiento en Cuba. Y no podía ser de otra manera, porque el alzamiento del 24 de febrero era el colofón de más de tres años de febril organización conspirativa, de traiciones y reveses, pero también de sacrificios y certezas.

El Partido Revolucionario Cubano, el periódico Patria, los tabaqueros de Tampa, los pinos nuevos y viejos, todos fueron la confluencia de una riada que arrastraría al coloniaje español.

Y por esta fecha, El Apóstol estaba en la humilde casa de Máximo Gómez, allá en Montecristi, la localidad dominicana que un mes después, con la firma del Manifiesto, entraría en la historia cubana.

Martí sabía, como había escrito antes, que era la hora de morir o de nacer y hacia Cuba vino con esa convicción, la misma que hoy sostiene cada grito de Patria o Muerte.

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