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La Habana, Cuba. – La pandemia ralentizó la vida. Como nunca antes, entendemos que nuestras individualidades valen muy poco por separado, que el valor de la existencia está en ser parte de un tejido fuerte, que dependemos de los otros para ser útiles y felices.

Cada nuevo contagiado, cada muerte, las estadísticas que vuelven a crecer, golpean la serenidad, extienden el encierro, dañan.

Cuba con 101 fallecidos; si resultó doloroso e impactante fue perder a la primera persona dentro de las fronteras de la Isla a causa del nuevo coronavirus, superar un centenar sobrecoge.

No son dígitos en el parte de Salud Pública. Ahí están el esposo y los proyectos para la jubilación inminente; el hijo que había vencido tantas batallas contra una enfermedad rastrera, pero que, ante esta, no pudo; la abuela que hacía el arroz con leche más rico del mundo; el padre que al fin iba a ser abuelo y ya planificaba escapadas al río.

Multar y juzgar al egoista

Hay quien no ve que el mundo ha cambiado de forma inexorable, y sigue de espaldas a las cifras, porque ninguna le pertenece; o disfraza su irresponsabilidad con argumentos como que la cura está ahí mismo, los médicos cubanos salvan cada vez más pacientes, o solo llegan a estado crítico personas aquejadas de enfermedades prexistentes.

Sí, el egoísmo es hierba mala, y se le debe multar y juzgar. 101 muertes, y entendemos que no es tan importante el cumpleaños que no se pudo celebrar con la fiesta habitual, la salida que se postergó, el viaje cancelado… causan impotencia los planes rotos, pero estamos, y habrá una próxima vez, a pesar de todo.

El valor humano radica en no tener que ser parte de los números para sentirlos propios, en saber que la vida del otro puede ser, y es en esta circunstancia adversa, la nuestra.

No todas las cifras son frías, algunas hablan y exigen.

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