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La Habana, Cuba. – Ciento cincuenta y cinco años atrás, el hacendado bayamés Carlos Manuel de Céspedes, desde su ingenio La Demajagua, junto a un grupo de conspiradores, proclamó la libertad de sus esclavos y convocó al levantamiento contra el dominio español, por la plena independencia de Cuba.

Al día siguiente, en el poblado de Yara, tuvo el primer enfrentamiento armado, pero la desproporcionada correlación de fuerzas asestó un duro golpe a los participantes en el alzamiento.

Apenas quedaron 12 patriotas cubanos, pero -como alentó Céspedes- serían suficientes para iniciar la guerra por la redención de la Patria, en momentos en que iba configurándose la nacionalidad cubana.

Diez años duró aquella contienda, crucial para los destinos de nuestra historia, con sus luces y sus sombras, en matices incuestionables, que en definitiva dejó cuestiones por resolver y lecciones por aprender.

Germen de futuras luchas

La Guerra del 68 fue iniciada por Carlos Manuel de Céspedes. Del Padre de la Patria José Martí elogió su ímpetu, y lo comparó con un volcán que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra. Y de otro imprescindible: Ignacio Agramonte, alabó su virtud, su dignidad.

Fueron hombres sublimes, que abandonaron riquezas y bienestar para consagrarse a la causa independentista en los campos de batalla. La misma que compartieron, desde sus humildísimos orígenes, Antonio Maceo y Máximo Gómez, inclaudicables y audaces en el combate, firmes en sus principios.

A ambos recurrió Martí, llegado el momento de retomar la Revolución, y prestos, se reincorporaron a ella. Tanta fue su grandeza.

Tiempo después, ante la obra aún inacabada, Fidel Castro asumió la guía del proceso revolucionario germinado por Céspedes, Martí y tantos patriotas cubanos.