La Habana, Cuba. – El padre viene a completar la imprescindible unidad sin la cual no abriríamos los ojos en este mundo; con las añadiduras posteriores que permiten el disfrute de la vida.

Un 50 por ciento de genes, que es decir amor, para formar la esfericidad de donde partimos. Nada tan justo como el justo agradecimiento, por ese y todos los momentos de su participación. Por la mano, por el beso, por los abrazos; sin estereotipos de árbol fornido bajo cuya sombra nos cobijamos y crecemos, porque ya se sabe de la fortaleza legendaria de las madres.

El padre reclama en silencio nuestra reverencia a la luz del sol, y el tributo toma cuerpo de tradición. Somos gracias a sus aportes.

En familia, entonces, rendimos pleitesía al padre, porque de alguna manera también nos sentamos a la mesa del homenaje; nos convertimos en el destinatario del homenaje: la vida que prosigue el curso fecundo de la vida.