En abril de 1961, la bisoña Revolución Cubana vivía momentos de mucha tensión, ante la escalada de acciones terroristas respaldadas por Estados Unidos, sin descartar una agresión armada en gran escala.
El día 13, un sabotaje redujo a cenizas la tienda más lujosa del país, y cobró la vida de una trabajadora ejemplar. Estremece la foto que muestra a la bandera nacional en su mástil, en una fachada convertida en un amasijo de hierros retorcidos.
El día 15 muchos habaneros presenciaron el vuelo rasante de varios aviones y cómo descargaban su carga mortífera.
Después se sabría que el objetivo había sido el aeródromo de Ciudad Libertad y que otros ataques simultáneos ocurrieron en San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba.
Fue un toque de alerta. La invasión militar se sabía inminente. Y el país se movilizó para defender la Patria amenazada.
Fusiles an alto.
El joven artillero Eduardo García Delgado fue uno de los caídos por el ataque al aeropuerto de Ciudad Libertad. Con su propia sangre escribió una palabra: FIDEL.
Y el 16 de abril, en el entierro de las víctimas, una inmensa multitud de milicianos acompañó al líder de la Revolución, con sus fusiles en alto.
En emotiva alocución, Fidel proclamó: Porque lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es la dignidad, la entereza, el valor, la firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del pueblo de Cuba.
Y añadía: “Eso es lo que no pueden perdonarnos, que estemos ahí en sus narices, ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos!”
Entonces dio la orden de marchar a los respectivos batallones. Un día después comenzó la invasión por Playa Girón y Playa Larga. ¿La respuesta? Una proeza.