Hace 98 años le nació a Cuba un hombre excepcional que trascendió los límites de la propia isla porque tal fue su grandeza que su luz irradió allende nuestras fronteras.
Como un elegido del tiempo llegó Fidel Alejandro Castro Ruz el 13 de agosto de 1926 en Birán, localidad perteneciente hoy a la provincia de Holguín, para convertirse en el mejor discípulo de José Martí.
Con sensible mirada aquilató las diferencias sociales de entonces, aun cuando su familia tenía buena posición económica, y se propuso luchar por un mundo en el que tuvieran más posibilidades personas como los haitianos y los niños pobres que conoció en su infancia.
No hubo obstáculo que lo detuviera y aprendió a convertir los reveses en lecciones para futuras victorias, una determinación que supo transmitir a sus compañeros de causa y al pueblo que, desde el inicio, apreció en él a un líder indiscutible.
FIDEL POR SIEMPRE
Se habla de Fidel y enseguida surge el guerrillero en plena Sierra Maestra; el guía de la Caravana de la Libertad, o el firmante de la Ley de Reforma Agraria en beneficio de los campesinos.
Se dice Fidel y brota el recuerdo de cuando declaró el carácter socialista de una Revolución de los humildes, con los humildes y para los humildes, o como estratega militar ante la invasión yanqui por Girón.
Su huella está en los niños, en los jóvenes, los intelectuales, los científicos, los deportistas, en las conquistas de las cubanas; en la sangre donada para Perú, cuando el terremoto de 1970, o en el recibimiento a los pequeños de Chernobil, tras un fatídico accidente nuclear.
Miles de sucesos acuden al evocar al hombre de manos firmes y a la vez suaves, dispuestas a proteger al mundo en un abrazo, el barbudo de corazón gigante e intelecto único, el Fidel para todos los tiempos.