Buenos Aires es impactantemente hermosa en su frenética cotidianeidad. En esta, la más europea de las ciudades latinoamericanas y una de las 20 mayores del planeta, conviven más de dos millones de argentinos, una cifra que supera los 13 millones y medio si se suma la población del llamado Gran Buenos Aires, el conglomerado urbano que rodea la majestuosa urbe.
Con una arquitectura ecléctica, alimentada por las sucesivas oleadas migratorias llegadas desde Europa, los edificios más antiguos no pueden esconder la influencia italiana, el aire afrancesado o la frialdad alemana, en una amalgama constructiva nacida en reemplazo a la construcción colonial y que embellece el paisaje urbano, adornado por grandes parques abiertos.
Una mirada superficial, encandilada por las luminarias de cientos de pequeños y grandes negocios, devuelve una imagen de prosperidad que desaparece cuando se rasga un poco la piel de la urbe desde donde se rigen los destinos de uno de los países más ricos de Sudamérica.
Por estos días, cuando hace apenas un mes acaba de cumplirse el primer año de mandato presidencial de Mauricio Macri, al frente de la coalición de derecha Propuesta Republicana, conocida como PRO, hay más de 200 mil trabajadores despedidos, la inflación ronda el 45 por ciento y la economía lanza agudos chillidos por la recesión.
El timonazo neoliberal, después de doce años de gobiernos kirchneristas que pusieron el esfuerzo en el ámbito social, ha traído un acelerado proceso de ajustes macroeconómicos que recae sobre la clase trabajadora que ha salido a las calles a protestar.
Muy sonadas han sido por estos días las manifestaciones de los docentes que tomaron la sede del Ministerio de Educación, en pleno centro de la ciudad, para protestar por los despidos varias decenas de profesores.
También resuena el enfrentamiento entre los vendedores callejeros del barrio de Once, conocidos como manteros, desalojados por la policía tras siete años de trabajo en ese sitio, lo que generó cortes de avenidas principales y enfrentamientos con las fuerzas represivas.
Pero también hubo ajustes en el gabinete presidencial pues la llamada Macrieconomía empezó el 2017 cobrándose la primera víctima entre sus propios seguidores, el ministro Alfonso Prat-Gay, quien fue depuesto de las carteras de Hacienda y Finanzas públicas, desdoblada ahora por decisión ejecutiva para trabajar como dos ministerios independientes.
Macri evaluó su primer año de gestión con un ocho en una escala de diez, pero la consultora Ipsos Public Affairs le bajó los humos al otorgarle como mejor nota un 4,5, una evaluación que se acerca más a la calificación que concede la gente en las calles porteñas.
Según sondeos, el 43,1 por ciento de los argentinos desaprueba hoy la gestión de Macri, que solo recibe la aprobación del 25,9, mientras que el resto de los consultados no opina.
Esa polarización se comprueba fácil en cualquier punto de la ciudad, donde con la entrada del nuevo año la gente no deja de comentar, con incertidumbre o esperanza, sobre los venideros doce meses.
Pero cosmopolita como siempre e impertérrita a los avatares políticos o económicos de la contemporaneidad, la ciudad sigue mirando al Río de La Plata, un verdadero mar de agua dulce por donde llegó en febrero de 1536 el español Pedro de Mendoza, fundador del asentamiento que nombró como Puerto de Nuestra Señora del Buen Ayre y que fue abandonado y destruido cinco años después.
Sin embargo, el 11 de junio de 1580, el español Juan de Garay, acompañado por 63 colonos, refundó la ciudad de La Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre, con la intención de abrir una salida al Atlántico a todas las tierras colonizadas por España a todo lo largo de la costa del Pacífico de Sudamérica.
De aquel primer asentamiento con 250 manzanas, parceladas por Garay, creció el increíble tejido urbano de lo que es hoy una megametrópolis con 48 barrios de una ciudad en la que apenas se duerme.
Advocación de la Virgen María, Nuestra Señora del Buen Aire es la Patrona de la ciudad y a quien los argentinos se encomiendan en estos tiempos duros a la espera de nuevos y buenos aires.
Escribió Raúl Menchaca, enviado especial.