La Habana, Cuba. – Cada día se hace más evidente que América Latina, en un mundo difícil, complicado y cargado de riesgos, requiere de asentar sus políticas, estrechar lazos por encima de diferencias salvables, y trabajar duro y responsablemente para ser un polo internacional con un peso global importante.

Y en ese sentido resulta un asunto estratégico dejar atrás de una vez las amarras externas vejatorias que le fueron impuestas por el colonialismo y por la dependencia con respecto a los Estados Unidos.

Un lastre que no solo coarta el desarrollo económico y social independiente de la región, sino que además marca aún las mentes y las conductas de diversas fuerzas políticas con cánones que solo implican enfrentamiento, turbulencias, depauperación, degradación y desestabilización contrarios a nuestras enormes potencialidades.

De lo andado

No puede decirse, si se es objetivo, que esfuerzos no han faltado ni faltan a favor de una América Latina convergente y con presencia propia en el mundo.

Y sobre todo en los últimos decenios no han faltado foros y esfuerzos regionales claves en ese sentido.

Pero hay que reconocer que todavía la retórica suele sustituir a las concreciones objetivas, que son en última instancia las que marcan la diferencia.

Por otro lado, aún no son  nulos y ni siquiera infrecuentes los golpes de los intereses retardatarios internos y externos contra toda posibilidad de integración y fortalecimiento regional, ni tampoco los desvaríos, debilidades, limitaciones, desviaciones e ineficacias de los sectores populares y de izquierda en la batalla política o desde los gobiernos instituidos. Y lo cierto es que hace falta solidez.

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