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Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto. Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros y se vivirá en perpetua e infame batalla entre hermanos por apetito de tierras, escribía Martí en octubre de 1883, en la revista neoyorquina La América.

Pero el Apóstol fue mucho más allá de la prédica cuando se empeñó en unir a los Pinos Nuevos con una generación que había abierto la puerta a la independencia de Cuba.

Por eso, el Partido Revolucionario Cubano, órgano supremo de la libertad patria, se constituyó para concitar los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad.

Y en ese empeño atrajo a Gómez, a Maceo, a Flor y a todos los héroes de la Guerra Grande. Dejó para la historia una lección de unidad que fue Fidel quien mejor entendió.

Lo más sagrado

Como antes Martí, y a pesar de los peligros de la contemporaneidad, Fidel fue capaz de aglutinar al pueblo en la construcción de una sociedad nueva, algo que, sabía, solo podría lograrse con la unidad del pueblo.

En el último medio siglo cubano, nadie como él tuvo clara esa necesidad y por eso consideró que la unión es lo más sagrado y el arma número uno de la Revolución. Es la razón por la que en casi todos sus discursos pidió cerrar filas y se empeñó en cada proceso electoral en defender el voto unido.

Ese espíritu martiano y fidelista, que sobrevuela la nueva Guerra Necesaria a que estamos convocados el 24 de febrero, es el que llama a votar Sí por la Constitución en ciernes.

Será entonces otra confirmación de que la unidad es el único camino hacia la victoria.