La Habana, Cuba. – La historia más reciente de América Latina indica que, sin abandonar los patrones formales de la titulada democracia representativa, no pocos países han accedido a gobiernos de corte popular y progresista.

Algunos analistas limitan esa realidad al hecho de lo presuntamente valedero del citado modelo electoral.

Sin embargo, parece que las raíces verdaderas están más hondas, y descansan en el fracaso y la profunda decepción que generan el uso manipulado y engañoso que los tradicionales sectores de poder oligárquicos y sus patrones imperiales hacen de pretendidos principios democráticos para someter a las mayorías, expoliar a las naciones y eternizar el dominio externo sobre sus recursos y su soberanía.

Ello es lo que al final promueve los movimientos de desacuerdo y transformación de los últimos tiempos.

Responsabilidades claves

En ese escenario latinoamericano de nuestros días, la conducta y nivel de responsabilidad de los gobernantes progresistas electos es un elemento esencial.

Llegan al gobierno, pero sin dudas, los mecanismos de poder rivales están prácticamente intactos, y en complicidad con la reacción externa, no tardan en buscar todos los resquicios posibles para obstaculizar y sacar de juego a sus contrarios políticos.

La suma de ese instrumental golpista es larga, desde el uso abusivo de mecanismos institucionales, hasta abiertas asonadas militares como las de Honduras y Bolivia.

De manera que, hilar fino, hablar claro y mantener una conducta política y ética consecuente, se convierten en elementos vitales para quienes promueven a brazo partido el surgimiento de sociedades nuevas.