La Habana, Cuba. – Ya algún analista estadounidense hizo notar su papel de segundón en las decisiones de política exterior de Donald Trump, incluso detrás de Elon Musk, el «hijo pródigo» del presidente pese a que él, Marco Rubio, debiera ser la voz cantante, o la que más alto cante en la proyección internacional de la administración.
Hay quien predice que no concluirá su periodo como Secretario de Estado. En verdad, las relaciones internacionales no han sido «su fuerte», exceptuando su afán contra Cuba. Esa fue su prioridad desde que presidió la Cámara de Representantes de Florida, hasta que llegó a la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado.
Fraguó varios proyectos de ley anticubanos en alianza con Bob Menéndez, Hoy condenado por corrupto. Y con él presionó a Joe Biden para que mantuviera el cerco bien apretado sobre nuestro país.
La política anticubana como carrera
Marco Rubio miente para atacar a la Isla, y saca lasca a su ascendencia cubana para hacer méritos en el panorama político estadounidense.
Ha explotado mediáticamente la procedencia de sus padres, pese a que se fueron a Estados Unidos antes del triunfo de la Revolución, y eran humildes: nadie en su familia debió dejar propiedades. Por su hostilidad, no falta quien lo califique como «pesadilla» para nuestro país, o ENALTEZCA lo que llama su «política de mano dura».
Pero, en realidad, Marco Rubio solo ha sido otra pieza de la maquinaria anticubana de Miami, que tanto fruto político y en dinero ha dado a personajes como Menéndez, Ileana Ros-Lehtinen o los hermanos Díaz-Balart.
Todos, embusteros que presionan mediante el chantaje, y negocian con la felicidad y la vida de nuestro pueblo.