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La Habana, Cuba.- Aunque aún faltan muchas góndolas por llenar en los agromercados cubanos, la cosecha frutícola nacional vive un apreciable repunte que abre una ventana de esperanza.

En los últimos cinco años, las áreas sembradas de frutales crecieron en un 15% y la producción en un 20%, cifras que son alentadoras a pesar de que siguen lejos de la demanda.

Es cierto que esos son cultivos estacionales pero, al menos en La Habana, apenas aparecen, y muchas veces con muy mala calidad, el plátano, la guayaba, el mango y el mamey.

Para suplir esas carencias, desde 2008 se impulsa a nivel gubernamental un movimiento de cooperativas frutales que comienza a dar sus primeros frutos, y nunca mejor empleada esa redundancia.

Sin embargo, además de satisfacer los gustos populares, las potencialidades exportadoras de ese rubro son grandes.

Para afuera y para adentro

En el mercado internacional, la tonelada de pulpa de mango supera hoy los  2 600 dólares y la de pulpa de frutas los 1 200.

Son cifras que revelan las posibilidades que tienen esos cultivos, los que además necesitan de un enlace eficiente entre las pequeñas industrias y las grandes plantas procesadoras, algo de lo que la central provincia de Ciego de Ávila sigue siendo el mejor ejemplo del país, y en especial la Empresa Agroindustrial Ceballos.

Pero más allá de ser un atractivo rubro exportable, las frutas tienen que volver a la mesa de los cubanos, con calidad y variedad, y para eso es imprescindible recuperar la guanábana, el anón, el canistel y todas esas delicias que hagan renacer la canción-pregón de Félix B. Caignet, esa que popularizó la inmortal Rita Montaner, y que concluye con un llamado a comprar frutas sabrosas, marañones y mamoncillos del Caney.