El mismo experto que informó acerca de la capacidad de Irán para elaborar armamento nuclear —con lo que catapultó la resolución anti-iraní de la Organización Internacional de la Energía Atómica que precedió a los bombardeos de Israel—, ahora matiza sus palabras.
El argentino Rafael Grossi, presidente de la instancia que verifica el desarrollo y riesgo nucleares, acaba de afirmar que no existe prueba de que Irán se haya dedicado a crear armas nucleares; incluso, aclaró que hacerlo no le tomaría días, ni siquiera años.
Ojalá esos matices, que antes no debió haberse ahorrado, pudieran detener la espiral bélica en ascenso entre un Irán renuente a ser vilipendiado, y la actitud prepotente de un Israel que disfraza sus ataques de «preventivos», ante el supuesto de que Teherán significara un peligro de agresión nuclear. Ya se ha certificado que no lo es.
Una conflagración nuclear
No son solo los líderes razonables quienes se pronuncian contra una guerra que amenaza a la humanidad, pues, como advirtió previsoramente Fidel, puede conducir a una conflagración nuclear.
El presidente ruso, Vladímir Putin, expresó su convicción de que es posible una salida negociada que respete el derecho de Irán al desarrollo nuclear con fines pacíficos, y despeje las presuntas dudas de Israel acerca de su seguridad.
Pero también están preocupadas las poblaciones. Medios de Israel reflejan que cientos de sus ciudadanos asentados en los territorios palestinos ocupados, huyen.
Y en Estados Unidos, encuestas afirman que el 60 % por ciento de los consultados está en contra de un ataque de su país a Irán. Mientras, Donald Trump sigue amenazando al mundo con involucrarse, y mantiene el dedo en el gatillo.