Cae una lluvia fina, de esas que se dice que no mojan pero empapan, y empapados están los agentes del orden que mantienen el cordón de seguridad alrededor del sitio donde el viernes cayó el vuelo La Habana-Holguín.

Viene la tarde y el cielo es gris por los nublados, pero la lluvia hace brillar el verde de la vegetación, rala, casi magra, que cubre el escenario de la tragedia. Allí, también bajo el agua y dentro del fango, los peritos siguen trabajando en los restos carbonizados de la aeronave para cumplir al pie de la letra la metodología para desastres que dicta de la Organización Internacional de la Aviación Civil.

Todavía toman algunas fotos y recolectan el material necesario en la pesquisa. Al mismo tiempo buscan la otra Caja negra, que en realidad es anaranjada brillante, pues ya está en poder de los investigadores la otra, la que registra las voces en la cabina.

Una tarea dolorosa

Todos los restos de los fallecidos recuperados en la escena del accidente están ahora en Medicina Legal. Allí, en la instalación que casi mira hacia la Fuente Luminosa, un grupo de 31 expertos trabaja en la identificación de las víctimas. Son antropólogos, tanatólogos, forenses y especialistas en anatomía patológica que se encargan del procesamiento de los despojos y se apoyan en la información que brindan los familiares.

Es una labor con un alto respaldo científico, pero agotadora y larga, en la que no se pueden cometer equivocaciones y se avanza poco a poco. Ya se han identificado a 15 fallecidos, entre ellos los 5 niños que viajaban en el vuelo hacia Holguín. La tristeza ronda el lugar, pero el aliento de las autoridades, entre ellos el presidente Díaz Canel, mitiga un poco el dolor.