Desde aquel primer y memorable Diálogo en 1978, los emigrados cubanos tuvieron la certeza, por boca de Fidel, de que la Revolución está dispuesta a acercarse a quienes mantienen una posición de respeto.

“Estoy seguro de que tanto ustedes, como nosotros, nos sentiremos siempre satisfechos de este esfuerzo que en común hemos realizado”, apuntaba entonces el líder cubano ante un grupo de 75 emigrados, la mayoría residentes en Estados Unidos. A partir de ahí, y siempre a contrapelo de los esfuerzos de Washington por torpedear esos lazos, comenzó un proceso de normalización cuyos frutos se vieron también en las reuniones de La Nación y La Emigración, realizadas en el 94, el 95 y el 2004.

Fue un camino largo y difícil, pero necesario, cuyo tránsito nunca respondió a coyunturas, ni presiones externas.

Patriotas en la distancia

En Cuba, la emigración ha sido un fenómeno de larga data y una buena parte de ella ha mantenido una relación de respeto, y también de apoyo, al ideario revolucionario. Por eso, hay un arco histórico que une a Martí y a los tabaqueros de Tampa con la Alianza Martiana, la Brigada Antonio Maceo, o las agrupaciones de cubanos residentes en diversos países.

 

Desde épocas y geografías distintas, todos tienen en común la defensa de la soberanía de una nación cuya independencia ha estado amenazada en toda su corta historia.

En el último medio siglo, Estados Unidos ha hecho lo imposible por convertir a la emigración en una herramienta subversiva, mientras Cuba ha puesto su voluntad en normalizar los lazos con quienes con respeto viven afuera. Ese ha sido un proceso gradual desde Cuba y entre cubanos que aman a Cuba.