La Habana, Cuba. – Las colas se han convertido en un sucio caldo de cultivo donde proliferan coleros y revendedores, convertidos en una enfermedad social peor que el nuevo coronavirus. No son difíciles de identificar.

Cuando en la tarde las tiendas cierran sus puertas, aparecen para organizar la cola del día siguiente, una voluntad que podría calificarse como altruista, si no estuviera dirigida a controlar la fila y a poner a sus acólitos en los primeros lugares.

Al día siguiente, salen de las tiendas orondos y cargados de productos que más tarde revenderán en el mercado informal por cuatro o cinco veces su valor.

El médico, la enfermera, el maestro, el jubilado, todos los demás miran impotentes a esos desalmados que más allá del daño ético, en definitiva lucran con la necesidad ajena en el peor momento, sin pensar en las consecuencias sociales.

Ante la ley

La actividad económica ilícita, el tráfico ilegal de divisas, la especulación y el acaparamiento, en fin, lo que hacen día a día los coleros y revendedores, son ilegalidades definidas en el Código Penal vigente.

Son delitos que influyen en el desabastecimiento de los comercios y provocan alteración en la correcta distribución, al impedir que las mercancías lleguen a un mayor número de personas y con los precios establecidos.

Esos delitos se pagan con multas y años de cárcel, y en este difícil momento ante la pandemia, los enfrentaremos con el mismo rigor con que antes hemos afrontado otros.

Ese oportunismo económico, expresión de un individualismo rampante, no se corresponde con la cultura del pueblo cubano.

Tampoco es compatible con todo el gigantezco esfuerzo realizado por el país para controlar el nuevo coronavirus y proteger la vida de la población.

Etiquetas: - -