La Habana, Cuba. – Hace hoy siete años de la partida física de Fidel, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana. Fue capricho del azar -diría en su última alocución pública- haber tenido una vida tan larga e intensa.

Baste recordar los cientos de planes de asesinato preparados por la CIA contra el líder revolucionario. Por coincidencias históricas, aquel 25 de noviembre se cumplían 60 años de la salida del yate Granma desde México rumbo a Cuba, con 82 hombres dispuestos a refundar la Patria soñada por los próceres.

Tal vez Fidel, estratega minucioso, intuyó que era el momento de partir, confiado en que -como el Granma en una travesía tormentosa- Cuba estaba preparada para enfrentar los tiempos más turbulentos y seguir alimentando su épica.

A convertir reveses en victorias encomendó Fidel, siempre esperanzado en intentar lo imposible por el bien.

Hazaña de un pueblo

En los aciagos años 90, muchos auguraron que la Revolución Cubana sucumbiría, por el efecto en cadena del desplome de la Unión Soviética y el campo socialista en Europa, y el reforzamiento del bloqueo estadounidense con la ley Helms-Burton.

El golpe fue brutal. Se puso a prueba la fortaleza de los cubanos y su conciencia política. Con honestidad y visión certera, Fidel adoptó decisiones controvertidas pero útiles en aquellas circunstancias y se preservaron las principales conquistas de la Revolución, ésa que resiste ahora otro momento escabroso.

El teórico marxista Antonio Gramsci llamó al optimismo de la voluntad, frente al pesimismo del intelecto. Fidel hizo suyo ese precepto y supo trasmitirlo al pueblo.

Su pensamiento, su vida, dan permanentemente las claves para encarar la desesperanza, vencer inercias y rectificar errores. Son sus lecciones.