La Habana, Cuba. – Si se aguza el oído es posible escuchar su voz ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, el 11 de diciembre de 1964.
Entonces, el hombre que se consideraba hijo de Latinoamérica se colocaba al lado de quienes padecían cualquier tipo de explotación.
Por la coexistencia pacífica entre los pueblos y el respeto a la integridad territorial de las naciones, se pronunciaba, en plena madurez, Ernesto Guevara.
En Rosario, Argentina, antes de cumplir diez años, había visitado las páginas de El Quijote, que quizás lo guiaran luego hacia Perú, Chile, Colombia y Venezuela. En México y en 1955 cuando conoció a Fidel Castro, comenzaría su andadura hacia el mundo.
Por donde te fuiste, se oyen pasos de regreso
Ernesto Guevara fue el hombre que condujo la Columna Ciro Redondo hacia la toma de Santa Clara, vital para el triunfo de la Revolución Cubana.
Sería luego el Ministro de Industrias capaz de advertir, tras una larga jornada de trabajo, que el perro que lo despedía con sus ladridos cada noche había sido encadenado, y de volver para exigir la libertad del animal.
Fue el que marchó a Bolivia porque sentía suyas las penas de Latinoamérica y porque, como le expresara a su madre, por las cosas en las que creía luchaba con todas las armas.
Para el Che, el verdadero revolucionario debía estar guiado por una auténtica vocación internacionalista. Todavía, si se aviva el entendimiento, puede escuchársele, en las Naciones Unidas, demandar los derechos de los más pobres.