La Habana, Cuba. – Tras casi medio siglo de carrera política, el senador Bob Menéndez vuelve a enfrentar una acusación por corrupción.

Hijo de padres cubanos, fue uno de los primeros latinos en llegar a la Cámara de Representantes y después se coló en el Senado, un verdadero club exclusivo de millonarios estadounidenses, entre los que llegó a ser presidente de la poderosa Comisión de Relaciones Exteriores.

A pesar de esa fulgurante carrera política, labrada con inteligencia y marañas, hace ocho años tuvo que «pulirla» para escapar indemne de la justicia tras ser acusado de recibir sobornos de un acaudalado oftalmólogo floridano. Pero como a perro huevero aunque le quemen el hocico, ahora volvió a caer en las redes policíacas por embolsarse dinero, oro y hasta un lujoso Mercedes Benz para promover en secreto los intereses de un país extranjero.

La obsesión anticubana

Como muchos políticos estadounidenses, Bob Menéndez está contagiado con el virus de la obsesión anticubana. Desde su escaño congresional se ha opuesto a todo lo que puede beneficiar a Cuba, incluso remando a veces en contra de la política de su partido, el demócrata.

Colega cercano de Robert Torricelli, el de la perversa ley, a Menéndez se le atribuye la redacción del Capítulo Dos de la aún más infame ley Helms-Burton, norma que agrupó todo el sistema de medidas coercitivas desarrolladas en Washington para asfixiar a los cubanos.

Enfrentado ahora a la justicia, y presionado por sus colegas, tuvo que renunciar al liderazgo de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, y no es que uno se alegre de la desgracia ajena, pero ha sido un anticubano de capa y espada y además el capo de la mafia política en Washington.