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Carlos del Porto Blanco

En 1980, el semiólogo italiano Umberto Eco sorprendió al mundo literario con El nombre de la rosa, una novela que desafía géneros y expectativas. Ambientada en una abadía benedictina durante el año 1327, la obra combina el suspenso de una novela policial con la erudición de un tratado filosófico, todo envuelto en una atmósfera medieval tan densa como fascinante. A ese libro excepcional dedicaré la columna de hoy.

Los libros no están hechos para que uno crea en ellos, sino para ser sometidos a investigación. Cuando consideramos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué significa. Umberto Eco.

El semiólogo, filósofo y escritor italiano, Umberto Eco, nació en Alessandria, Italia, el 5 de enero de 1932 y murió en Milán, Italia, el 19 de febrero de 2016 de cáncer de páncreas. Fue un autor de numerosos ensayos sobre semiótica, estética, lingüística y filosofía, así como de varias novelas, entre ellas El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault, La isla del día de antes y El cementerio de Praga.

En nombre de la rosa tuvo un nacer turbulento, el 16 de agosto de 1967 cae en las manos de Umberto Eco un libro escrito por un tal abate Vallet. La lectura, en Praga, mientras esperaba a alguien causó tal grado de motivación en el lector que éste la tradujo casi de un tirón, Sobreviene, entonces la entrada de las tropas del Pacto de Varsovia en la capital checoslovaca y Eco parte a Austria, donde por fin se encuentra con la persona esperada. Uno días después se rompe la relación y esa persona en la recogida se lleva el libro del abate Vallet. Comienza entonces una búsqueda exhaustiva y transcontinental de otro ejemplar del texto, que casi merecen otra novela. En esas condiciones tan excepcionales se concibe esta monumental obra de la literatura contemporánea.

El primer párrafo de En nombre de la rosa, reza, “Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A oscuras, enseguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacía las montañas.”

La historia sigue al franciscano Guillermo de Baskerville y a su joven discípulo Adso de Melk, quienes llegan a una abadía aislada para participar en un debate teológico. Sin embargo, pronto se ven envueltos en una serie de muertes misteriosas que parecen girar en torno a la biblioteca del monasterio, un laberinto de saber prohibido. El monasterio se convierte en un microcosmos de las tensiones políticas, religiosas y culturales de la Edad Media: la lucha entre el Papa y el Emperador, la herejía, la censura y el poder del conocimiento. Los guiños a Sherlock Holmes existen, pero Eco va más allá: cada pista es una reflexión sobre el lenguaje, el poder y la interpretación.

Eco, experto en semiótica, convierte la novela en un juego intelectual. Las referencias a Aristóteles, Tomás de Aquino y la herejía medieval no son meros adornos: son parte del tejido narrativo. El lector no solo sigue una investigación, sino que se enfrenta a preguntas sobre la verdad, la censura y el papel del conocimiento en la sociedad.

El tema central es el miedo al saber. La biblioteca, custodiada como un templo sagrado, encierra textos que podrían subvertir el orden establecido. En tiempos donde la información se controla y se teme, El nombre de la rosa resuena con fuerza. Eco recuerda que los libros son un objeto de doble uso, pueden ser peligrosos, pero también liberadores.

El autor explora temas universales: el fanatismo, la intolerancia, la corrupción del poder y la fragilidad de la verdad. La novela cuestiona cómo el conocimiento puede ser usado para oprimir o liberar, y cómo la risa —símbolo de la humanidad— es temida por quienes buscan controlar a las masas. La frase “Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus” (“La rosa primitiva subsiste solo en el nombre; poseemos nombres desnudos”) resume la idea de que la realidad es efímera, y solo nos quedan las palabras para intentar comprenderla.

El desenlace, lejos de ofrecer certezas, abraza la ambigüedad. Adso, ya anciano, reflexiona sobre lo ocurrido y sobre el sentido de la búsqueda. La novela exige paciencia y curiosidad, pero recompensa al lector con una historia inolvidable y preguntas que resuenan mucho después de cerrar el libro. Si le gustan las novelas que desafían la mente y el alma, este es un clásico imprescindible. Si no ha tenido la oportunidad de leer el texto novela, le convido a hacerlo. También puede ver el film, bastante fiel al texto; y con actuaciones memorables de Sean Connery y Christian Slater.