La Habana, Cuba. – La prepotencia de Estados Unidos ha llegado a niveles insospechados.
Cuatro jueces de la Corte Penal Internacional, un organismo de justicia independiente facultado para juzgar los crímenes de lesa humanidad, entre otras potestades, han sido sancionados por la administración de Donald Trump.
Al dar a conocer la noticia, el secretario de Estado, Marco Rubio, dijo que la causa eran las acciones «ilegítimas e infundadas» del tribunal contra Estados Unidos e Israel.
Sin embargo, esa instancia de justicia con sede en La Haya solo se ha pronunciado, como es su competencia y con toda razón, contra el delito de genocidio que comete Tel Aviv contra el pueblo palestino y, concretamente, su presidente, Benjamin Netanyahu, de quien pidió la extradición junto a su exministro de Defensa, Yoav Gallant, en noviembre pasado. Sin pudor, Washington defiende a su aliado.
Adalides de la injusticia
Las nuevas sanciones contra miembros de la Corte Penal Internacional expresan la connivencia de la Casa Blanca con la política expansionista de Tel Aviv en el Medio Oriente, e ilustran claramente por qué resulta tan difícil atar las manos a un criminal que ha dejado más de 51 mil civiles asesinados en Gaza desde octubre de 2023, de los cuales casi 20 mil eran niños.
Por supuesto que Washington no castigará a Israel, cancerbero de sus intereses; pero atacar a quienes pretenden detener sus masacres, es demasiada doble moral.
Hablamos de un poder decadente que se disfraza de defensor de los derechos del hombre. Su protección a Netanyahu y los ataques a la Corte Internacional son otra muestra de su obcecada sinrazón, y de su prepotencia: otro argumento para entender por qué falta tanta justicia en el mundo.