La Habana, Cuba.- Es difícil que en estos tiempos un niño se llame Salustiano, Telesforo, Isidoro, Doroteo; o una niña se nombre Palencia, Encarnación, Eustaquia… Esas denominaciones eran muy comunes en el pasado siglo y hasta mediados de él, arraigadas como legado cultural, con mayor énfasis en las zonas rurales.

Muchos de tales nombres pasaron por herencia a su primogénito, pues casi siempre los padres preferían perpetuar su identidad o la de los abuelos del pequeño o la pequeña.

Algunas de las rarezas que hasta provocaban la risa nacieron con la emigración de ciudadanos de naciones caribeñas de habla inglesa, los que en ocasiones se ponían cualquier apelativo y adoptaban el apellido del colono o hacendado que lo explotaba.

Cuentan que en el municipio avileño de Baraguá vivió un jamaicano conocido por Gofio en Lata, mientras un haitiano del pueblo camagüeyano de Esmeralda se autoproclamó Tractorcito Ford.

Colección de rarezas

No faltan los que llevan nombres de  medicamentos, como una señora espirituana que hizo llamarse Insulina, no porque fuera diabética sino tal vez por la fonética del fármaco.

Existen nombres de niños y jóvenes que si no te los repiten varias veces no puedes descifrarlos; ese es el caso de Imisurani, Hiroshi, Ziahulín, Sarahí, tal vez traídos del japonés, de otra lengua o tomados de filmes o personajes literarios.

La imaginación de los padres cubanos en la búsqueda de nombres sui géneris llega a veces al ridículo tras unir sílabas de los progenitores para crear uno desconocido.  Así tenemos  Luisacán (de Luisa y Cándido), Jorma (de Jorge y María) y Anahí (de Ana e Hilario).

Si a las señoras que se llaman Adis se les ocurriera invertir el orden de las letras para nombrar a su pequeña, entonces la niña se llamaría nada menos que ¡SIDA!: las siglas del síndrome de inmunodeficiencia adquirida.

Sea racional al elegir nombres

Hay apelativos propios de personas que son apellidos para otras, como Luis, Alfonso, Jorge, Ricardo, Felipe. Sepa, además, que sus hijos se llaman Carlos Alberto, Armando y Olga Lidia (de nombre), con los apellidos Juan Santiago, situación que posiblemente sea la única en Cuba con esas designaciones de identidad.

Y los tiempos cambian con la modernidad. En cierto barrio hay un cachorrito que no se llama Campeón ni Yanko ni Sultán, pues su dueña le puso Wi-Fi, aunque al animalito le “agrada” más, y lo muestra con sus gestos, cuando le dicen Way-Fay.

Son pocas las personas que tramitan el cambio de su nombre, por eso debemos ser lo más racionales posibles al elegir el patronímico de nuestros descendientes y así evitaríamos complicaciones en las relaciones sociales.

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