En la vida siempre buscamos la manera de obtener lo que creemos que hace falta, nos afanamos a cosas que no se tienen, y se nos olvida que existen límites, realidades, derechos y obligaciones que debemos seguir.

Y aun así, la morena quiere ser rubia, la flaca quiere ser gorda, la alta quiere ser baja, y podríamos seguir y nos pasaríamos horas enteras tratando de encontrar respuestas.

La inconformidad en su aspecto moderado y positivo es una cualidad que nos incita a buscar los cambios que necesitamos para conseguir lo que deseamos, pero llevada al extremo es una condición limitante que termina por empobrecer la experiencia de vida de quien asume esa actitud hipercrítica.

Los inconformes son personas difíciles de complacer porque se vuelven muy exigentes: a todo le buscan un pero, y por esa razón viven en un estado permanente de expectativas insatisfechas.

Con los pies sobre la tierra

Los seres humanos nos caracterizamos por tener muchos defectos, pero uno de los más grandes es ser de naturaleza inconforme.

Si permitimos que el perenne desacuerdo se adueñe de nosotros, esa actitud frente a la vida operará como un gusano insaciable arrancándonos el gozo de vivir en forma plena, porque ninguna experiencia que nos llegue, ningún objeto que poseamos, logrará adecuarse por completo al nivel de perfección que exigimos.

Siempre existirán personas que no son felices y es difícil que lleguen a serlo porque nunca están conformes con la realidad que les toca. Cuando llueve quieren sol y cuando hay sol se quejan del calor insoportable.

Por eso, aprendamos a no llorar por la rosa que ya se marchitó, disfrutemos con la que ahora perfuma nuestra vida.

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