A pesar del bloqueo yanqui y en el contexto de crisis económica mundial, Cuba continúa su batalladora marcha para garantizar lo más preciado del ser humano: la salud.

Hito en esos esfuerzos es exhibir una tasa de mortalidad infantil de 4 por cada mil nacidos vivos, la más baja de la historia. ¿De qué habla ello? Se trata del indicador más importante que muestra el principal logro de un sistema sanitario, y el nuestro, por demás gratuito, equitativo y universal, responde a estándares de países del Primer Mundo.

Desde el vientre materno ya se vela por la salud de nuestros niños, que después son protegidos contra trece enfermedades prevenibles por vacunas.

Y a los que nacen con discapacidades se les garantiza una atención diferenciada y especializada para una rehabilitación que los incorpore a la sociedad como personas útiles.

Nadie piensa en morir

Temprano en la mañana, después de encomendar sus nietos a la atenta vigilia de los maestros, se reúnen los abuelos en un círculo que les adiestra músculos y huesos contra las artrosis y las esclerosis y la angustia de envejecer.

Aquí nadie piensa en morir, porque han cumplido bien la obra de la vida y cumplen todavía sus obligaciones con los suyos y consigo mismos, pues cada ser humano tiene el deber de intentar la felicidad todos los días.

Es ese, además, un derecho al que todos debemos contribuir cuando el otro ha alcanzado el límite de sus potencialidades y aún lucha por sostenerse.

No merece respeto la sociedad o la familia o el vecindario que hace a un lado al anciano porque han mermado sus capacidades.

Quien sostuvo con su trabajo las vidas ajenas, ha de recibir en la ancianidad el tributo de otros a su sostén.

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