Su nombre es sinónimo de gallardía e intrepidez. Nacido en cuna rica, el 23 de diciembre de 1841, y muerto en combate el 11 de mayo de 1873, Ignacio Agramonte y Loynaz está entre los grandes hombres de nuestra historia.

Su vida, como la de Céspedes, marcó la Guerra de los Diez Años, a pesar de sus prematuras muertes.

Caracterizado como el guerrero mayor del Camagüey, Agramonte libró numerosas acciones al frente de la caballería camagüeyana, que ganaba cada vez más en experiencia, en acometividad, en organización y disciplina, bajo su mando.

Conocedor del terreno, su campamento contaba hasta con una escuela de instrucción militar.

Jimaguayú en la historia

La presencia en Jimaguayú de una columna española, determinada a vengarse por la pérdida de reciente de varios jefes militares ante una carga de la caballería camagüeyana, llevó a la partida hasta los predios mambises.

La realidad histórica demuestra que en aquel instante los españoles estaban muy lejos de contar con las posibilidades de obtener el desquite.

El propio Agramonte desconfiaba de que el enemigo se comprometiera seriamente en dicha acción. En esas circunstancias, El Mayor se reunió con su temible caballería para darle instrucciones.

No tardó en aparecer la columna comandada por José Rodríguez León y organizada por el feroz e inhumano Valeriano Weyler, que desempeñaba internamente el mando del Departamento Central.

Gran pérdida

En el área de potreros, rodeada de montes, de forma rectangular, una verdadera trampa para las tropas españolas si penetraban allí, Agramonte dio las instrucciones pertinentes.

Desconfiaba aún de que los españoles se lanzaran contra ellos. En un momento dado, cruzando de un lado a otro escoltado por 4 de sus hombres, se encontró con una compañía enemiga que, sin ser descubierta, había penetrado por el potrero de Jimaguayú.

Sorprendido, muere en aquel combate por una bala que le atravesó la sien derecha. La caída del hombre que dotó a la infantería de Camagüey y de Las Villas de un magnífico espíritu de combate, al decir de Fidel, resulto una gran pérdida para la guerra.

Los españoles quisieron borrar la leyenda, pero, como dijo Gómez, Agramonte les haría tanto daño muerto como les hizo vivo.