En las últimas décadas, el consumo de alcohol ha experimentado cambios muy importantes, tanto en las cantidades, como en las formas e, incluso, en el significado que se le da a su empleo.

El alcohol es una droga depresora del sistema nervioso, y al tomar pequeñas cantidades, esa actividad depresora puede producir la sensación de liberación, relajación e incluso alegría.

Al aumentar la dosis, puede producir una falsa sensación de estimulación debida al progresivo entorpecimiento de las funciones superiores.

En dosis mayores se produce la embriaguez, caracterizada por alteraciones del comportamiento, reducción de la facultad de autocrítica, mala coordinación de los movimientos y alteración de la capacidad perceptiva.

Tolerancia y dependencia

Los efectos del consumo de alcohol sobre cada individuo dependen de diversos factores como la cantidad total bebida, en cuánto tiempo se consume, peso corporal, género, edad, la tolerancia adquirida, entre otros.

El uso repetido de alcohol produce tolerancia,  responsable de que la mayor parte de los consumidores crean que el alcohol no les afecta.

De ahí la idea errónea de que alguien aguanta muy bien el alcohol porque, a pesar de que bebe bastante, no se emborracha y aparentemente no afecta su comportamiento.

Por su parte, la dependencia se manifiesta a través del impulso irresistible y  continuo de consumir alcohol, aun sabiendo los daños que produce.

Ese bebedor ha perdido la capacidad de control sobre el consumo de alcohol, y a ello se denomina alcoholismo.