El pueblo, (que sabe mucho), bautiza como “creyentes” a los tontos vanidosos que por encima se creen y levantan las narices por algún bien que poseen (bienes que, aunque valgan algo, son tarecos casi siempre, objetos que no perduran: trastos, cachivaches, féferes…).

¿Y quién quiere codiciar, o quién envidiarles puede esas cosas pasajeras –inmerecidas a veces y otras veces mal habidas- que el tiempo las desvanece?

El que con la lucidez tiene dos dedos de frente, el de méritos reales, ni ostenta ni se envanece; ese jamás “se cree cosas”, pues las cosas van y vienen, y en cambio, lo que es genuino, con uno se queda y crece.

El pueblo, (que tanto sabe), de modo breve lo advierte para que reconozcamos al apócrifo creyente, y en un proverbio sentencia: “Mucho ruido, pocas nueces”.

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