Solo Martí había intentado lo que Fidel proponía: la unidad nacional alrededor de una idea de redención. Y el Comandante logró lo que la Historia decía que era imposible.

Con paciencia asiática, esfuerzo de hormiga y argumentos de hierro, primero aglutinó a la Generación del Centenario y después, ya desde el poder, unió a todos los cubanos en la construcción y defensa de un país nuevo.

Todos somos uno en esta hora de peligro, había dicho el líder cuando la hecatombe nuclear era una sombra negra sobre el país. Todos nos unimos porque siempre se supo que desde entonces nadie quedaría abandonado, ni Roque, el timonel del Granma caído al agua; ni los guajiros damnificados por el Flora; ni Elián secuestrado en Miami; ni los Cinco en duras prisiones.

Por fin, como quiso Martí, Cuba se convirtió en un bloque monolítico y Fidel fue la argamasa.

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