Recién conquistado el parlamento venezolano por una mayoría de derecha, se conoció de la evaluación que los socios norteamericanos de la oligarquía local hacían de sus ahijados.

Se trata, más o menos decía el documento, de personajes tan ríspidos y prepotentes, que podrían echar por el piso el “valor político” de lo logrado en las elecciones parciales.Y lo decían, precisamente, los reyes globales de la altanería.

La citada y cuasi secreta valoración se ha cumplido al pie de la letra, coincidiendo sin quererlo con las denuncias de los sectores patrióticos y amantes de la paz acerca de que la derecha en Venezuela no tiene otro interés que crear conflictos, desestabilizar la sociedad, y poner fin por cualquier vía al gobierno bolivariano que encabeza el presidente Nicolás Maduro. Y ahí está precisamente su fracaso.

Soga para el propio pescuezo

Así, en el afán de hacer lo que le venga en ganas a cuenta de viabilizar sus planes, la mayoría derechista en Venezuela se ha puesto ella misma la soga al cuello. El hecho de mantener en sus filas a tres diputados que probadamente ascendieron a sus puestos mediante el fraude en las urnas, viola todos los mecanismos institucionales venezolanos y la ha colocado en condición legal de desacato.

A ello se suma la intención de convocar un referendo revocatorio contra Nicolás Maduro violentando los procedimientos constitucionales  establecidos, y su reiterada negativa a negociaciones en busca de la paz y la estabilidad nacionales.

¿Resultado? Pues la total carencia de poder legislativo, algunas de cuyas funciones ejerce ahora el Tribunal Supremo. En pocas palabras, maniatada la derecha por sí misma.