Ninguna ciudad, tan añeja como pudiera ser, disfrutaría el encanto del título de Patrimonio Cultural de la Humanidad, si las miradas se posaran solo en su arquitectura.

El disfrute solo es total cuando a los atributos materiales, bien conservados, se le multiplica la espiritualidad de la gente, con sus costumbres y sus hábitos centenarios.

Y es que este rincón cubano, que se muestra al mundo desde las faldas de las verde azules montañas del macizo Guamuhaya, con la tierna mirada al mar, es un cofre de donde brotan tantas historias y revelaciones, que siempre tiene algo nuevo para mostrar.

A tres décadas de la declaración de Trinidad como Patrimonio Cultural de la Humanidad, ciudad para nada dormida en el tiempo, muchos son los retos para hacer que la ciudad mantenga su vitalidad, porque lograr los niveles y matices de conservación precisa de ideas, recursos y un quehacer permanente.