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La Habana, Cuba. – No pocos adultos de hoy crecimos a la escucha de una copla encantadora que muchas veces nos convidó a cantar en nuestros años de infancia con el sano pretexto de tener todos el corazón feliz, feliz, feliz.

Todavía uno escucha esa melodía y junto a ella viene la evocación de la autora de tan hermosa canción: la cantautora y pedagoga cubana Teresita Fernández García.

Y es que cuando Teresita y sus temas se apoderan del recuerdo, uno puede volver a sentir hasta el maullido alegre de un felino avinagrado que
siempre nos hace saber, entre arpegios de guitarras, que la verdadera poesía habita hasta en un simple gato de papel.

Sí, porque el jubiloso Vinagrito, como tantos otros personajes que viven resguardados en la obra de la gran trovadora, resultan esos duendes sonoros que,
despojados de toda cursilería, reverencian la humildad de este mundo con un lirismo sencillo pero penetrante.

Artesana de la fe y los amigos

Con solo dos décadas de vida Teresita Fernández ya era maestra normalista. Como una martiana instruida por sí misma en el ejercicio de la enseñanza, jamás dejó de considerarse una maestra que canta, cuando de igual forma pudo autodefinirse como una cantante que educa.

Amante de lo bohemio, juglar de verso fino y tabaco en mano, fecunda artesana de la fe y los amigos, mujer tranquila entre ladridos de perros y maullidos de gatos,
que nunca le temió a ese óxido mugriento que con los años acaba desvencijando el cuerpo de cualquier palangana vieja.

Pero la suya, la palangana de Teresita, la que nos la recuerda desde la eternidad, siempre será diferente, legendaria, fabuladora, algo así como una especie de jardín del alma que jamás conocerá de mohos ni herrumbres, por perfumarse, como parto fértil de la tierra, con el sincero olor de sus violetas.