Por: Yaylen Rodríguez Lamothe
Hay hombres a quienes la historia no les concede el privilegio del equilibrio entre la grandeza de su obra y el lugar que ocupan en la memoria de un pueblo.
Para quien escribe estas líneas ese es el ejemplo de Francisco Antonio Rosales Benítez o simplemente Paquito Rosales. Así lo corroboró al indagar sobre la huella de ese mártir a los 61 años de su asesinato por esbirros de Fulgencio Batista.
Un vago o nulo conocimiento tiene la población sobre quien revolucionó en 1940 la vida en Manzanillo, luego de que el Partido comunista presentara su candidatura para alcalde. Durante su mandato varios fueron los beneficios que le aportó a esa localidad.
Acerca de este manzanillero muchos autores coinciden en que en su personalidad se entrelazaban de manera extraordinaria la modestia, la firmeza, la humildad y la valentía, así como la sencillez y el estoicismo.
Pensar en el pueblo
El mejoramiento de los servicios médicos para aquellos que no podían pagarlo; la extensión de la electricidad, así como la rebaja por el servicio de acueducto y la gratuidad para los más pobres, fueron algunas medidas de la alcaldía de Paquito Rosales.
También creó escuelas de corte y costura, y reparó calles y caminos. Constituyó este, entonces, un atisbo de esperanza para quienes solo conocían corrupción e insensibilidad.
Relatan los historiadores que a pesar de su carácter afable y sonrisa de niño, este manzanillero se comportó como un gigante frente a sus torturadores, el 13 de febrero de 1958.
Sus restos no aparecieron hasta después del triunfo. Acababa así la vida de quien forjó a base de coraje y dedicación su propio lugar en la Historia. Aunque no hubiera otros motivos, es razón más que suficiente ser el Primer alcalde comunista de Cuba.