La Habana, Cuba. – En una noche lluviosa y oscura, a bordo de un bote lanzado mar afuera, seis hombres llegan a tierra firme, frente a un enorme farallón. Era el 11 de abril de 1895.
Uno de ellos es José Martí. Poco después escribía: Llevé el remo de proa. La dicha era el único sentimiento que nos poseía y embargaba. Nos echamos las cargas arriba, y cubiertas de ellas, empapados, en sigilo, subimos los espinares y pasamos las ciénagas.
Por Playitas de Cajobabo se reencontró Martí con su Patria, tras años de duro exilio. Sólo la luz es comparable a mi felicidad, dijo en unos apuntes. Lo acompañaban Máximo Gómez y otros patriotas, prestos a poner de nuevo a Cuba de pie por su independencia.
Apenas 38 días después, Martí caía en combate. A la Revolución recién iniciada ya le faltaba su gran conductor, el hombre capaz de trabajar por la unión, para vencer.
A la carga!!!
En carta al General Antonio Maceo, ya en Cuba, José Martí dijo: Vea eso en mí, y NO más: un peleador. De mí, todo lo que ayude a fortalecer y ganar la pelea. Como Delegado del Partido Revolucionario Cubano y Mayor General del Ejército Libertador, se sentía dichoso de poder cumplir con tan sagrado deber.
En el trayecto hasta Dos Ríos resistió angustiosas fatigas ante enormes esfuerzos físicos, pero jamás se quejó. Y no quiso quedar en la retaguardia cuando tropas al mando del Generalísimo enfrentaron una columna española. Vamos a la carga, joven! llamó a su ayudante.
Tres balas troncharon su vida. Pero dejó un servicio supremo a la causa revolucionaria. Siendo una voz del siglo XIX, impresiona sentirlo como un pensador para estos tiempos.
Hay que pertrecharse con su ética, sus advertencias, su patriotismo. Porque Martí -como sintetizó Fidel- es la idea del bien.