A un siglo de la brutal ejecución de Rosa Luxemburgo, todavía siguen en pie de guerra las múltiples banderas que enarboló una de las personalidades más sobresalientes en las históricas luchas del proletariado mundial.
La destacada teórica marxista y dirigente comunista polaco-judía inició su camino en la militancia socialista con solo 15 años y descolló por su filo intelectual y una encendida oratoria que contrastaba con su baja estatura.
En Rosa Luxemburgo se combinaba una extraordinaria mezcla de humanismo revolucionario, autonomía de pensamiento y profundidad de análisis, que le permitió siempre una visión integral de la emancipación, como pocos en su época.
La rosa roja, como le apodaron sus amigos, militó en el Partido Socialdemócrata de Alemania, pero se opuso a la participación de sus correligionarios en la Primera Guerra Mundial, por considerarla un enfrentamiento entre imperialistas.
Mujer, socialista y revolucionaria
Una de las más filosas puntas de lanza de Rosa Luxemburgo fue su pensamiento acerca de los derechos de la mujer, tema que la erige como una adelantada visionaria, aunque nunca se dedicó exclusivamente a las luchas propias del género.
No entendía la emancipación femenina desligada de la lucha de clases y de la revolución proletaria, Ni recaló en el antagonismo hombre-mujer.
Para ella era imposible hablar de sexo sin clase social. Quien es feminista y no es de izquierda, carece de estrategia. Quien es de izquierda y no es feminista, carece de profundidad, acuñó Luxemburgo.
Luego de participar en una huelga general en Berlín, la rosa roja fue torturada y asesinada. Sus últimas palabras escritas fueron: Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré!