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La Habana, Cuba. – Hasta la Ciudad Eterna, Roma, llegaron los primeros Juegos Olímpicos de los años 60 del siglo XX.

El recuerdo de Teodosio Primero, emperador romano que puso fin a las Olimpiadas de la era cristiana, fue espantado por los organizadores. Un estadio de mármol en Monte Mario, el Palacio de Deportes y la Villa Olímpica en Flumicino conformaron los escenarios de competencia más amplios hasta entonces.

Roma ganó la sede con ocho votos por encima de Lausana, y el número de deportistas que la visitaron creció en comparación con la edición anterior.

Un hecho curioso, aunque alejado de la capital italiana, resultó la presencia de Walt Disney en la inauguración de los Juegos Olímpicos Invernales. Cuba, de estreno con su Revolución, envió una reducida delegación con el interés de mostrar un naciente capítulo deportivo.

Wilma Rudolph, símbolo de la voluntad humana

Como es costumbre en Juegos Olímpicos, la atención se concentra en pocas figuras. La lid de Roma, en 1960, reservó las miradas para una corredora estadounidense, inválida hasta los ocho años por la desgracia de contraer la poliomielitis.

Wilma Rudpolh, toda voluntad y tesón, se impuso, nada menos, que en las pruebas más rápidas del atletismo: 100 y 200 metros, y en el relevo corto.

La gacela dedicó sus oros al pueblo estadounidense y a su paciente familia. Otra actuación destacada en Roma fue la del alemán Armin Hary, quien hizo las delicias al correr por vez primera en el mundo el héctometro en 10 segundos.

El continente africano tuvo una atracción especial en los pies descalzos de Abebe Bikila, guardia del emperador etíope Haile Selasie y oro en la maratón.